Muy cerquita de Koplik, una de las últimas ciudades de Albania en mi camino a Montenegro, había un lugar que quería conocer.
Siempre me interesó todo lo referido a la historia de la Guerra Fría, el comunismo y la antigua Yugoslavia, y hace un tiempo atrás llegué a un video en YouTube en que mostraban el caso particular de «Peter».
Para hacerla corta, el loco tiene un estudio de tatuaje y de arte en uno de los tantísimos búnkeres que mandó a construir el dictador Enver Hoxha durante sus 50 años en el poder, y que casualmente estaba mi plan de ruta hacia Podgorica.

Cuando llegué al sitio no había nadie, aunque el bunker tenía las puertas abiertas de par en par. A un costado había una pequeña choza hecha de maderas y cubiertas de plásticos. En su interior un sofá bastante roñoso, una gran caja de madera con cientos de granadas (la fruta, no de las que explotan) y un pequeño brasero encendido en el centro que aromatizaba toda la escena.
Me hubiese encantado gritar «Buenas y santas…», pero en territorio albano dudo que esto surgiera algún efecto más allá del propio grito. En su lugar salió un gringaso «Hello!» que todavía me hiere el orgullo.
Por un camino de tierra que conecta con una casa al costado aparece «Peter», un hombre de entre 50 y 60 años, con arrugas en la frente como surcadas por el viento frío de la zona y un corte de pelo que en más de una oportunidad me hizo acordar al actor que hacía de Wolverine (soy de terror con los nombres de los famosos pero les pongo una foto para que sepan de quién les hablo y del mencionado corte de pelo).
Después de hacer las presentaciones de rigor me contó que compró el terreno hace ya varios años y que el bunker le vino de yapa. En ese entonces no era nada especial. De hecho «había muchos más búnkeres hacia abajo como yendo hacia el lago Skadar y también otros tantos en la dirección contraria, como subiendo la montaña».
Lamentablemente con el tiempo la gente fue destruyendo estos búnkeres para vender los pequeños trozos como souvenirs a los turistas voraces por adueñarse de un trozo de la historia. Algo similar ocurrió con muchos de los bloques que conformaban el muro de Berlín.

– Me han llegado a ofrecer hasta 100.000€ por este bunker, y aquí sigue firme. – Me cuenta orgulloso Peter su deseo de conservar su gran tesoro.
Y me alegra que así sea, porque es uno de los pocos que he visto a lo largo de todo Albania y en tan buen estado.
En su interior reina un gran caos, muchos cuadros de arte que jamás compraría y una camilla bastante precaria y remendada con cintas adhesivas para los valientes que se animan a tumbarse y dejarse tatuar.
– No soy tatuador profesional, soy muy bueno con tatuajes simples – Palabras textuales de Peter.
Me alegro de haberme detenido. Pude conocer el bunker por dentro y hasta me imaginé en cuestión de segundos lo inútil que resultaría este tipo de edificación ante un supuesto ataque nuclear, ¿resistiría la fuerza de una bomba nuclear? De ser así, ¿cuánto duraría el racionamiento? – ¿Me vas a decir que la radiación no se filtraría por esa puerta? Dale… –
Después de los dos bocinazos de despedida Peter me frena y me regala dos de sus granadas – Son bios, nada de químicos – Las guardo en una de las maletas y continúo mi camino a Podgorica.

Malin Segretin
Muy intetesante Mauricio! Tus crónicas ayudan a conocer parte de historia de lugares lejanos ..Gracias!!
Daniel Gelves
Genial, diría un Porteño, un cacho de historia
José Manuel Simón
Interesante como siempre Mauri